Dentro de esta cueva de tierra oscura, negra, la primera,
en el corazón doliente de mi materia,
veo y siento un destello.
Cuando ya no queda nada y aún queda, y aparece y me aferro a la dignidad,
al autoengaño o al abuso,
a la miseria,
se escucha el pulso entrecortado de una nueva vida.
Entre la confusión y el asombro
se develan capas y capas de un mismo cuerpo.
Aquí donde nada soy, donde dejé de ser,
en su corazón,
parpadea la potencia de SER,
formas y combinaciones de sí misma,
nuevos, indefinidos e infinitos cuerpos.
Azufre, mercurio y sal.
El monstruo puja inmerso en la oscuridad del caos primordial.
La naturaleza se despliega como un portal,
canal de parto de la eternidad,
vasija cósmica,
vagina,
oportunidad para volver a empezar,
todo el tiempo,
una y otra vez.
Desde su lecho de tierra, se levanta y se eleva.
La luz coagulada es el faro que guía.
Me sitúo en el centro,
respiro y le ofrendo el soplo de vida.
En el corazón del nigredo,
rendida, arrodillada,
simplemente desaparezco.
Cierro los ojos y sigo cayendo, descendiendo,
propulsada por el viento me convierto en un destello
que se observa en lo alto del cielo.
De regreso a mi cuerpo, siento mis pies ahora firmes,
apoyados sobre un terreno nuevo,
desconocido.
Ahora SOY el destello de un FUEGO.
Con amor.
Silvia Mesa García.
Texto Silvia Mesa García, Imagen: Hans