Me sentía segura en mi palacio de cristal.
A través de sus translúcidas paredes me desenvolvía, relacionaba y mantenía alejada, y a salvo,… de sus miradas de agua.
Parecen niños pero sus almas son viejas y sabias, y con una sola palabra pueden atravesar tu piel y tu alma.
Y eso es lo que ocurrió.
Fui arrastrada al fondo del pozo, oscuro, profundo, negro de vida, de sus ojos y ocurrió lo que debía suceder, morí, en un instante, morí de dolor y de amor.
Me sentí agonizar, atravesada por millones de imágenes que no había querido, podido, ver, que me negué a experimentar, que rechacé por el influjo del veneno de la vergüenza y la falta de responsabilidad.
De pronto todos ellos, el rostro de mis niños, sus niños, nuestros niños, pasaron delante de mis ojos pidiendo ser escuchados, visibilizados, reconocidos, honrados, respetados, agradecidos y liberados.
Cada uno de ellos tenía una lección que enseñarme, a mí, al personal sanitario, a sus familias, a la familia humana, un matiz, palabra, resonancia en mi corazón helado.
Cada uno de ellos es el resultado de las creaciones y los abortos, materiales y energéticos, de una rama, linaje, familia, holograma, parte, de esta sociedad profundamente devastada, infantilizada, domesticada, enferma, que clama ser integrada para poder renacer de sus cenizas.
Con amor,
Silvia Mesa García