Hambre del alma.

11 de junio de 2023

En este lugar, donde soy y me siento, a veces llega, también un sonido que sabe a lamento, el recuerdo de algo metálico y químico, destilado en las cavernas del hambre, del alma y del mundo.

 

Es como una interferencia, un chasquido o cortocircuito que inhibe la producción de serotonina en el cuerpo de la humanidad y que despierta un estado de ansiedad inagotable.

 

Se activa así, un bucle o espiral que retroalimentamos sin darnos cuenta y que puede llevarnos hacia el agotamiento pues, conduce a una búsqueda externa, sin fin, de algo que pueda saciar, finalmente, esta inquietante sensación de vacío. Esta ansiedad se pone al mando de la experiencia humana y nos impulsa a la ingesta y/o abuso de cualquier tipo de sustancias y/o comida, sea en forma de consumo de azúcar, tecnología, ciencia, relaciones, espiritualidad, trabajo…

 

Sin embargo, dentro de esta inacabable y sutil espiral, es muy posible sentir que, hagamos lo que hagamos, nunca tenemos suficiente pues, en verdad, nada allá afuera puede reemplazar el equilibrio natural químico que nos ofrenda el propio cuerpo, tierra adentro.

 

Nuestra propia impaciencia alimenta el estado de ansiedad y al revés.
Tenemos hambre y nos sentimos insatisfechos, y esto nos emplaza a la sensación de urgencia de comer vorazmente para llenarnos. Y tal vez sí, por un momento quizás lo conseguimos y llegamos a sentirnos repletos hasta que, poco después, comenzamos a sentirnos vacíos otra vez, una y otra vez, en una especie de carrera o ciclo interminable.
Podemos volvernos adictos a aquello que creemos que puede saciarnos o culpabilizar a otro/s de nuestra decepción, iniciando un proceso de autosabotaje y destrucción difícilmente digerible.

 

Otra cosa que también ocurre en muchos lugares del mundo y que denuncia magistralmente Nancy Scheper Hughes en su obra La Muerte sin llanto, es la instrumentalización del hambre, su domesticación y medicalización.

 

Ella habla de la medicalización del hambre en una población brasileña, expresada en términos de nervos y del uso simbólico del nervoso como una expresión de la negativa a aceptar los abusos que rodean la explotación de la caña de azúcar en el Alto de Brasil, como un hecho natural.

 

Es un ejemplo de cómo se pueden llegar a vincular enfermedad, en este caso derivada del hambre, y cosmovisión, de cómo ciertos gestos o el discurso compartido, son efecto del poder y al mismo tiempo, como dice Foucault, son los elementos que lo conectan con él. El hambre se transforma en enfermedad y por ejemplo, en este caso, los nervos encubren sensaciones y sentimientos que no están autorizados, y cuando éstos son acogidos por los hospitales, clínicas o farmacias, fuera del contexto de la cultura popular, se convierten en un discurso racional del poder sobre el hambre desautorizado e irracional.

 

Se reinterpretan y reorganizan las necesidades de las personas y se trata su descontento con medicinas.

 

Sabemos que los niveles bajos de serotonina en el cuerpo pueden generar estados de depresión y debilidad pero, lo que nadie cuenta es que, casi todos los seres humanos tenemos niveles bajos de serotonina en el cuerpo y que tratar de elevarlos desde afuera muy posiblemente aumentará más los niveles de ansiedad.

 

Para poder transmutar este desequilibrio nutricio necesitamos, primero, comprenderlo, reconocerlo y estar dispuestos, y disponibles, para adentrarnos en las profundidades oscuras y caudalosas de nuestra fecunda ansiedad, con todas las fibras de nuestro cuerpo, meter las manos en la masa y hacer composta, para poder renacer a un nuevo sentido de libertad interno.

 

Para acabar con la ansiedad necesitamos entrar en el territorio del corazón y cartear la funcionalidad de los ganglios de nuestro plexo solar. Estar dispuestos a crear nuevos circuitos y conexiones, y nutrirlos con nuestra decisión y conciencia.
La frecuencia del corazón, el AMOR, es la única fuerza capaz de neutralizar el hambre, la impaciencia y la ansiedad.
Se trata de un amor que tiene que ver con el tejido conectivo que se encuentra en los fundamentos del universo y de la creación.
Con él, disolvemos los circuitos antiguos que alimentan los canales de la ansiedad e incrementamos la producción de serotonina en el cuerpo, que es capaz de estabilizar la bioquímica cerebral. Pero para acceder a él, hemos de estar dispuestos a liberarnos de las creencias de la mente basadas en la idea de separación. Se necesita sentir y experimentar la verdadera UNIDAD y esto sólo acontece cuando nuestro cuerpo produce la cantidad suficiente de serotonina y/o presenta el equilibrio necesario, que es fruto de un proceso de alquimización natural, orgánico e interno.
Cuando el amor eleva la conciencia, sus delicadas matrices bioquímicas comienzan a integrarse en nuestros procesos psicológicos profundos. Se trata, en palabras de Richard Rudd, de un proceso evolutivo natural de refinamiento y destilación de las esencias internas que ocurre gracias al sistema endocrino.
Tal y como él describe, además, al dar amor de forma incondicional podemos cortocircuitar el cerebro de quien lo recibe, ayudando, quizás, a la toma de conciencia necesaria también en otros para poder salir del bucle de repetición inconsciente.

 

En realidad, sabemos que el amor incondicional es la única fuera capaz de disolver cualquier ley de la forma y desplegar la infinita abundancia en nuestras vidas, el estado nutricio innato y de derecho del SER HUMANO que es consciente de sí mismo.

 

 

“Una vez que desnudemos la metáfora rabiosa de los nervos,
encontraremos el esqueleto pelado del hambre
estremeciéndose bajo su manto”.
N. Scheper-Hughes.

Con AMOR. Silvia Mesa García

Texto: Silvia Mesa Gracía. Imagen: karolina Grabowska

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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