Te veo.
Estoy aquí, presente en el umbral de la vida que retorna, una y otra vez.
Presente y decidida a darte la bienvenida.
A reconocerte.
Consciente de que, por momentos, tu luz me deslumbra.
Me acostumbré a la penumbra.
Pero he venido y disfruto al verte, mirarte, recibirte, reconocerte y
reconocerme. Ser parte de ti.
Mirarme en tus ojos.
Mirarte en mis ojos.
Hijo, hija, de la vida deseosa de sí misma.
Cada vez que me miras, me recorre la vida.
Se enreda en mis sonrisas, se alza en mis asombros.
Eres todo lo que soñé.
Pura transparencia, fruto de la pasión y del propio ardor.
Déjame perderme, otra vez, en el balcón de tus ojos.
Oh mi niño, oh mi niña.
Destilación y alquimia.
Déjame contarte cuentos, aunque te los sepas todos.
Mecerte en el cuenco de mi manto negro.
Déjame escuchar tu historia, esa que traes desde tan lejos.
Perderme en tus juegos.
Volver a crearme, de nuevo.
Te veo.
Siéntete recibido, bienvenido, amado.
Pase lo que pase.
Digan lo que digan.
Descúbrete a ti mismo.
Y eleva tu voz.
Con o sin permiso mío.
Mi niño, mi niña, recuerda.
El tiempo siempre vuelve.