Ahora sé que ella es la VOZ que escuchaba siendo niña, el anhelo que me impulsa y me inspira a continuar más allá de MÍ, la sustancia nutricia que cíclicamente, reanima mi cuerpo y lo devuelve a la VIDA.
Es fuerza y es ternura, es decisión y sensibilidad, es fiereza y es dulzura. Es promesa de libertad y es silencio, vacío, abismo. La que me rescató cuando iba a la deriva y despertó la rosa de mi corazón.
Ella es la Madre de todas las madres dentro de mí. Es la Madre del AMOR infinito y eterno, y es promesa de AMOR. Bendito es el FRUTO de su vientre.
Su frecuencia resonante atenuaba mis palabras dolientes “no seré madre, no traeré más niños al mundo para sufrir”, mientras enjuagaba mis lágrimas con su manto de terciopelo azul.
Se convirtió en el aullido desgarrador bajo la tierra que daba voz a todas las mujeres dentro de mis entrañas, me sacudió hasta los huesos, me despertó. Siempre presente, siempre disponible, siempre AGUA.
Me permití ser sostenida en una camilla por una gran Alma y rendida, ofrendar mi vulnerabilidad y mi sentir, a aquello mucho más grande que yo, que me envolvía. Decidí y nombré en alta voz “pues seré la madre de todos los niños”.
Más tarde, la Abuela Pauline Tangiora me lo recordó.
Ella, Madre AMOR, destaponó el camino en mi interior.
Gracias, gracias, gracias.
Con amor.
Silvia Mesa García.