«»» «Hay un camino sagrado en el centro del mundo.
Peregrina, peregrino, es un sendero de regreso a uno mismo.
Su trazo revela la aridez del olvido y también, el anhelo del origen, del principio.
Antes frontera.
Ahora puente.
Voz lejana que interroga: has sido tú misma, tú mismo?
Río fecundo que conecta los mundos, el del agua clara y la oscura nada.
Umbral que gesta y da a luz un nuevo comienzo.
Entre lo absurdo y la gracia, es palabra, deseo, canto, gesto lento,
inmovilidad, silencio.
La rosa del desierto.
Un espacio marginal que rezuma sabiduría, belleza, eternidad.
La primera tierra.
Se abre paso como un hilo conductor, una hebra, un filamento que
involucra a cada parte del cuerpo en el placer de estar vivo.
Doble sentido, dos orillas y un mar. En medio, un centro absoluto que lo contiene todo, donde germina la vida y habita, en términos de Rudolf Otto, el tremendo misterio.
» El que puede penetrar con suave flujo el ánimo, o pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después se ahíla y tiembla, y al fin se apaga, y deja desembocar de nuevo el espíritu – ruagh- o estallar de súbito, entre embates y convulsiones, o llevar al arrobo y al éxtasis, siendo lo que no se concibe ni entiende, lo que no es cotidiano ni familiar.»
Y que es dinámico y cambia de estado.
Está en todas partes, en todos los tiempos, es universal.
Cobra vida y sentido dentro de la gruta que, me lleva adentro de mi tierra, en forma de torbellino y espiral. Tiene una historia que contar en el recuerdo y despliegue de sí mismo.
Me remite a la trascendencia mediante un suave y sostenido vaivén, y a través del mismo me sumerjo, de nuevo, en el abismo uterino de la Madre Terrenal.
Allá donde se recrea el mundo, preparándose para, después de ser tragado, volver a nacer, al ritmo propio de su Naturaleza.
Su estrechez revela el carácter peligroso de la vía que, además, es la única posible, en el paso de un estado a otro.
Así como el embrión nace del ombligo, también desde ahí se extiende la creación de la vida, en todas las direcciones.
El amor circula, lo permea todo, alquimiza el dolor, la herida, lo que pasó.
Discurre a raudales.
El cuerpo vuelve a ser vulnerable.
Una escenografía de iniciación, una bóveda subterránea que desea iluminar mi solitaria noche con sus efluvios.
Cáliz, copa, boca que recoge y sutiliza el agua.
Puedo estar en relación, adentro y afuera a la vez.
Se revela y me atraviesa, me conmueve y me contiene.
Abarca mis emociones.
Al ser sentidas se vuelven agua de vida.
Me sobrepasa.
Regresa el aliento, la vida.
Soy agua, surco, río.
Soy la vida que emana.
Con AMOR.
Texto: Silvia Mesa García, Imagen René Schinler