Mis iniciaciones, a través del vientre materno, comenzaron muy temprano aunque tardé bastante tiempo en ser consciente de su significado. Era mi plan, el propósito de vida que me había trazado para esta encarnación. Así que, de nada servían las excusas, las justificaciones. Mamá, papá, abuelos, abuelas, hermanos, sólo actores de un escenario ilusorio donde me jugaba la libertad. Debían amarme mucho para acompañarme en esta odisea.
ELLA siempre fue la gran protagonista de mis días, y de mis noches. Mamá, su madre, la madre, “yo madre”, maternidad, la MADRE. GRAN MADRE, Madre Divina, Madre Sagrada, Madre Tierra, Madre Sophía, Madre Cósmica, la Madre de Todas las Madres, Madre Universal, Madre CREADORA de toda forma de VIDA, Madre Virgen, Virgen Madre, Virgen Negra, Madre Oscura, Madre de la LUZ y de la oscuridad, la Madre de sí misma.
El camino me llevaba de la periferia al CENTRO, todo el tiempo, y de nuevo a la periferia. Necesitaba explorar todas las posibilidades, todos los personajes relacionados con la MADRE, desde el sufrimiento más extremo hasta el anhelado desapego, pasando por todos los estadios intermedios, controlados por el ego.
Al margen de mi relación humana con mi madre, con las madres y mujeres de mi linaje, con mis hijos e hijas no nacidas, se iba desplegando un tejido sutil, invisible, pero no por ello menos fuerte, que me unía íntimamente con todas las mujeres de la tierra, y con toda la humanidad, y más allá de ella, con la propia Madre Tierra, con la Madre Naturaleza. Su substancia, a modo de manto envolvente, estaba impregnada en mi piel, en mis huesos, en mi corazón.
La conciencia de la MADRE se revelaba dentro de MÍ y a mí alrededor, como Presencia Inmutable, contenedor divino del AMOR incondicional y la NUTRICIÓN esencial, activadora de la consciencia y de la vida, y CREADORA de todos los pensamientos, sentimientos, palabras y sonidos nuevos, internos y externos, de todos los espacios posibles y de todos los tiempos, que ya estaban insertos, inscritos, desde el principio de los tiempos, dentro de MÍ.
La MADRE y yo éramos UNA. ELLA me abrió la PUERTA y yo comencé a bajar y subir, a ir y a retornar, a adentrarme profundamente en su fecunda oscuridad, más y más, en la ESPIRAL. A completarme energéticamente y a disolverme una y otra vez, para volver a nacer. Me hablaba a través de códigos inequívocos, de símbolos. Me fui transformando en el propio símbolo.
En el año 2017, Astarté se apareció a través de mis ojos. Dijo: no te preocupes por nada, no hay nada que hacer, que preparar, la vida se encarga. No hay que olvidar de dónde venimos. Canal Diosa Astarté. Comencé a ver imágenes, algunas me sugerían la forma de un túnel, comencé a recibir mensajes en sueños, y a recordar, sobre los fenicios –puente entre oriente y occidente- y el mar, sobre sus templos donde se daba a culto a una piedra o betilo que, generalmente consistía en un aerolito de forma cónica, se trataba de una piedra que evocaba la presencia de la Divinidad y el emplazamiento de un lugar sagrado.
Yo no sabía quién era, mejor dicho, no recordaba quien era. ELLA estaba de regreso, para devolverme al principio. Se expresaba como una VOZ muy poderosa adentro. Vino para activar mi recuerdo, mi vibración y mi propósito.
Astarté, Gran Madre, símbolo de luz y de los rasgos más oscuros de la noche. Símbolo del orden de la Tierra, vinculada al cielo y al inframundo, al nacimiento y a la destrucción, a la maternidad y al nacimiento de los seres. Representación del culto a la madre Naturaleza, vida, fertilidad, exaltación del amor y los placeres corporales. Diosa de la guerra, Señora del fuego y de la luz, Señora de los astros. Asimilación fenicia de Inanna, Isthar y Astarot.
ELLA cobró vida dentro de mí, comenzó a nutrir, guiar y sostener mi Proceso Creativo Consciente, a manifestarse en mi cuerpo y en mí día a día. Ocupó su auténtico lugar, tomó las riendas y me orientó hacia una nueva etapa, una nueva vida, en Andalucía.
Parece que Astarté vino, hace siglos, a vivir y a reinar en Andalucía para sellar la gran puerta del inframundo que era el lago lingustino y para transformar el valle del Guadalquivir en el paraíso. El reino de Tartessos se convertiría así, en el nuevo hogar de la Diosa Negra del Bronce, la que en otros lugares había sido blanqueada y supeditada al masculino, o transformada en serpiente monstruosa, vencida por un dios heroico muy blanco.
Astarté, ya tartésica y andaluza, parece que fue la única Diosa negra, agrícola y taurina, en tiempos en los que en todo el Mediterráneo y Europa, eran los de los dioses blancos y el carnero.
Y aquí estoy desde hace más de quince meses, en que decidí seguir a mi corazón y me vine a vivir a la antigua Malaka. He decidido asumir todos los designios que mi alma ha trazado para mí en la presente existencia terrestre.
Con amor.
Silvia Mesa García.